Comentario
La escultura española del siglo XIX participa de la atonía y la banalidad que este género artístico sufre en toda Europa. No hay en ella ninguna personalidad sobresaliente, ni ninguna intervención innovadora. Desaparece casi por completo la escultura religiosa como eficacia creadora. La estatuaria conmemorativa, por la penuria económica y reducida vitalidad del Estado y de los municipios, es escasa. Y este arte se desenvuelve lánguidamente, reducido casi exclusivamente a los envíos a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, creadas en 1856. Ocurre, además, que, desde la segunda mitad de este siglo, predomina en la predilección del público y de los organismos un cierto mal gusto, que prefiere en muchos casos a los escultores más indotados en técnica e inspiración.